Ocho días
Esta mañana me eché a los brazos de mi padre y lloré desesperadamente como lo hice el primer día de colegio o el día de mi primera menstruación.Han pasado muchos años desde la última vez que mi padre me dijo que me admiraba y que se sentía muy orgulloso de mí. Recuerdo que fué a los nueve años o así un día que mis padres invitaron a unos amigos a cenar a casa.Tras la comida mi madre exigió a mi padre que yo le ayudara a recoger los platos y a fregarlos. Yo estaba ensimismada con la conversación que mi padre mantenía con Leopoldo, estaba pegada a la silla con los codos apoyados sobre la mesa, con las orejas abiertas para la revolución. Mi padre y toda aquella cédula de comisiones obreras al completo salían de los cuarteles de invierno.Y yo me sentía heroína de la transición española que reposaba indigesta en mi casa.Indignada por el encargo de mi madre reproché a mi padre mi nuevo estatus.El salió en mi defensa, sacando mis notas y mis poesías.
(Podéis imaginar a la pequeña Rosa Luxemburgo encaramada al sillón de papá arengando contra la explotación infantil.)
Mi padre me ha dado ocho días para que piense.
Un regalo inmenso, tanto como mi amor por Juan.
8 días ha estado este jodido ordenador sin encenderse.
Mi semana a partir de hoy es de ocho.
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