La fábrica de Ann
He bajado la calle pensando mucho.Me he recogido el pelo en una coleta y he acelerado el paso como cuando vas al encuentro de alguien que deseas ver, abrazar y tocar. Recordé cuando esperaba a mi padre a los siete años llegar de la fábrica en el pasillo interminable de mi casa .Recordé la alegria al bajar del avión, cruzar el aeropuerto ansiosa y encontrarte allí. Recordé también a Héctor dando sus primeros pasos y los besos interminables en aquella casa cerca de la estación de tren, tan oscura y triste. LLegué a mi antiguo barrio justo en el instante en el que mi pequeña factoría de emociones producía a todo rendimiento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me has recordado, en esta entrada, tantas historias vividas por otros que fueron yo y ahora vagan en aquella dimensión que se esconde en los recónditos pliegues de mi cerebro. Una tarde de mayo viendo al sol ponerse interminable en Castilla y oliendo mis manos que olían a Su nuca, tenue e intensamente deseada; las noches de risas haciendo el amor con Angela en su casa de Granada, sin esperar nada mejor y sabiendo que era un sueño pasajero, su cuerpo elástico y su mente felina y ajena, siempre dispuesta a desaparecer para siempre, como finalmente hizo... El sexo con el ruido de fondo de la selva, ensordecedor, amenazante, el calor pegajoso y lúbrico enredado en las ingles y las manos, y el frío gélido del Neckar en el paseo de los filósofos, apenas soportando tal cúmulo de belleza serena y triste. Todos eran yo y ahora son ya otros, tan desconocidos que me asombran, pero que guardan un triste y entrañable sabor a ausencias deseadas y presentidas.