La próxima semana se inaugura la nueva estación de ferrocarril de Málaga.
Esta tarde he paseado alrededor de las nuevas instalaciones y para mirarla más de cerca he metido mi cara entre las vallas protectoras que separan a los viandantes de los obreros que ultiman los retoques.
La estación se llama María Zambrano. Al menos en los nombres asignados a las dos grandes infraestructuras que tenemos en Málaga, se da la paridad, si tenemos en cuenta que nuestro aeropuerto(el de más volumen de pasajeros al año de España) se llama Picasso.
(Me pregunto cómo llamarán a la línea principal del metro ¿Antonio Banderas?)
Mientras observaba a los trabajadores recordaba las trágicas despedidas en la antigua estación, en los veranos de mi infancia, cuando nos márchabamos a Cádiz mi madre, mis hermanos y yo y dejábamos a mi obrero_padre en Málaga.
En esas despedidas,yo, que siempre fuí (y soy) una niña Borgiana porque en mi exageración manifiesto la verdadera naturaleza de mi personalidad, lloraba desconsoladamente pegada a la ventanilla del vagón, mientras mi padre nos decía adiós con la mano y mi madre se pintaba las uñas.
Me flagelaba emocionalmente pensando si mi padre sería capaz de sobrevivir sin nosotros(mi padre es muy muy miope y siempre nos estaba contando historias increíbles sobre los efectos contaminantes de la fábrica donde trabajaba,y creo que es por eso que me gusta tanto la película del vengador tóxico)y hasta bien entrados en Bobadilla no dejaba de pensar en todo un abanico de catástrofes de las que mi padre podría ser víctima potencial.
Al irme, desde la obra, el chico negro con el casco de rigor cual soldado pacificador de la ONU, me ha dicho:SEñorita las tiendas abren el lunes.
Y yo que estaba a punto de bajarme en Utrera le he preguntado que si le gustaba el nombre de la estación.
Y con la sonrisa propia de los refugiados me ha respondido:Señorita aunque no lo parezca yo no soy de aquí.
Y sin apartar mi vista del letrero de la estación le he contestado :
Yo....... pues yo.....tampoco.
¿Cambiamos el mundo, hoy?
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4 comentarios:
La vida se ha hecho corta y miope, a pesar de las apariencias, y ya no quedan despedidas como aquellas, porque el tiempo y el espacio se han plegado sobre sí mismos empequeñeciéndolo todo, es como cuando la ropa encoge mágicamente sobre el cuerpo del infortunado, que de pronto se convierte en asombrado preso de si mismo, pasto de la claustrofobia. ¿Hay todavía gente que llore al despedirse?
Esta ha sido buena, tienes el don de caricaturizar tu infancia y los patitos feos te lo agradecemos.
muak
Todos somos de otro lugar, o todos somos de todos los lugares...
La patria en los zapatos es buena, caminar en la patria de otros puede ser mejor.
Te lo dice un exiliado que intenta volver a si mismo.
Salud!
Caroline...
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